martes, 17 de mayo de 2011

José Fernández-Corugedo Menes

Nace en Riberas de Pravia en 1821. Hombre de letras, aunque no haya escrito para el público, dice su hijo Emilio. "Mi padre fue a Cuba a los catorce años, y, hombre (cuando llegó a serlo) de espíritu más elevado y fino de lo corriente en aquellos rapazos que en La Eusebia y La Julia cruzaban el mar en busca de plata, no sólo se dedicó a hacer dinero, sino también a procurarse una cultura verdaderamente excepcional en aquellos tiempos. En los Recuerdos del Tiempo Viejo, de Zorrilla, hay una biografía de mi padre. El Juramento de la Mulata se titula el episodio en que el sublime bohemio dedica a mí padre frases encomiásticas."
 Efectivamente en ese relato, en el Capítulo IV, se describe a José Fernández-Corugedo de la siguiente forma.

Tenía en la calle de la Muralla una tienda, variada y ricamente surtida de esos objetos múltiples que constituyen lo que, traducido bárbaramente del francés, ha dado en llamarse bisutería, un tal Corugedo, cuya tienda estaba bautizada con un título algo extravagante, y que aquél giraba bajo la razón social de Corugedo hermanos. Uno menor tenía consigo a quien paternalmente aleccionaba para dejarle su floreciente comercio, antes de volver a establecerse y morir en la provincia de España, en la cual habían ambos hermanos visto la luz, creo que en las Asturias. y este Corugedo, el mayor, es uno de los hombres a quienes Dios me ha hecho encontrar sobre la tierra para enseñarme a estimar a la humanidad, a respetar la honradez y a despreciar mi miserable ingenio, que no ha sabido más que meter ruido sin utilidad de nadie, empezando por mí. Recorriendo una tarde la ciudad con un corredor español que me la enseñaba, díjome éste que había por allí un comerciante que no se atrevía, aunque tenía gran deseo de ello, a invitarme a su mesa, porque temía que yo no aceptara su invitación, descendiendo desde el Olimpo de los palacios y salones de los personajes por quienes andaba yo festejado, a su humilde trastienda, como él llamaba a la vivienda que tras de su mostrador tenía escondida.

Cuál fue mi asombro al encontrarme en su interior una biblioteca de miles de volúmenes, adornadas sus paredes con los retratos de Ercilla, Quevedo, Lope, Calderón y todos los que forman la colección grabada que publicó la Academia Española, más los del duque de Rivas, Hartzenbusch, García Gutiérrez, Espronceda, conde de Toreno, etc., recogidos de las ilustraciones modernas. Tenía allí el buen Corugedo ánforas, armas y antigüedades por él recogidas, y tras de aquel salón-biblioteca dos cámaras de dormir, frescas, enfloradas, coquetas, con todo el confort inglés de las modernas instalaciones.
Pero lo que más me asombró de hallar, entre aquel interior del hombre estudioso e inteligente y aquel mostrador y anaquelería de mercader, cargados de chinescas e inglesas porcelanas y argentería y diamantes, fue la sencilla modestia de aquel asturiano, de exterior vulgar, que me contaba, complaciéndose en tales recuerdos, cómo había desembarcado en La Habana, sin más que lo puesto; cómo había dormido la primera noche en el pórtico de una iglesia, por no haber encontrado a un paisano para quien traía una carta de recomendación, y cómo, arrostrando trabajos y devorando afanes, cuarto a cuarto, peseta a peseta y duro a duro, a fuerza de aceptar arriesgadamente y cumplir casi por milagro plazos y compromisos, había cimentado el capital y el crédito que aquel almacén y su razón social representaban.
El orden y la limpieza con que tenía colocados y clasificados todos los heterogéneos artículos de que su comercio se nutría demostraban, como su biblioteca, comprada libro a libro, todo sin un átomo de polvo ni una empañadura de humedad, la honradez jamás desmentida y la tenacidad perpetua, con las cuales aquel hombre había logrado hacer al par, por sí solo, su fortuna y su educación; porque aquel hombre había leído y sabía lo que decían todos aquellos libros suyos: el padre Feijóo, el padre Mariana, César Cantú, etc., y todos los setenta tomos de los clásicos de todos los países, publicados hasta entonces, de la colección Bandry, en donde halló y se enamoró de mis versos, por los cuales me tenía por uno de los primeros hombres del mundo. Jamás pude convencerle de que él valía más que yo, puesto que más que yo poseía, y que mi gloria no era más que un zumbido tenue, como el del mosquito, y un resplandor efímero, como el del relámpago.
Jamás pude obligarle a suprimir el respeto y las deferencias con que me trataba, ni pude jamás manifestar ante él un deseo o una necesidad que no me realizara o no me cubriera.

Hablé de sustituir con cerveza el agua de la isla, que no me sentaba, y me envió un tonel de doscientas botellas de la mejor de Inglaterra: oyó decir que no cazaba en el cafetal porque no tenía armas, y me envió una finísima escopeta belga con todos los arreos de caza, y por él y en su casa nació la ojeriza con que me miraba con sus gemelos la hermosa criolla del teatro de Tacón.

Trabé yo, pues, con Corugedo una amistad sincera y por mí agradecida, aunque poco cultivada por la ausencia de la ciudad, a que me obligaba y en que me tenían mi asiduo trabajo y mis íntimas pesadumbres; pero no dejaba de pasar media hora en su tienda, o de almorzar con él en su almacén, siempre que del campo volvía a la ciudad. Gozábame en registrar sus escaparates, en admirar los caprichosos dijes y valiosas joyas que en ellos encerraba y en preguntarle su uso, su precio, su origen y su historia. Un día
tropecé con un estuchito de nácar que encerraba un anillo:
-¡Precioso topacio! -exclamé al ver dentro el que me lo pareció, orlado de brillantes blancos.
-Mírelo usted bien a la luz, que no es topacio -me dijo Corugedo.
Era un brillante rojo brasileño. Son raros, y recordé que eran muy estimados en México, y que había una persona de familia a quien debía yo favores que de uno de ellos tenía antojo; pregunté a Corugedo el precio del suyo; registró su Libro, y respondió:
-Factura del Brasil, cincuenta onzas.
Contemplé y admiré, y alabé la piedra, pero volví a colocar el anillo en su estuche y la cajita en el lugar en que la había hallado. Días más tarde, un sábado, iba yo a despedirme del buen asturiano después de haber almorzado con él, cuando una volanta, chapeada de plata, tirada por dos caballos castaños, conducidos por un negro vestido de grana y galoneado de oro, paró a la puerta. En la volanta venía la hermosa criolla del teatro de Tacón, toda de blanco, calzada con chapines de seda, como en deshabillé de mañana, pero toda cubierta de encajes, y exhalando aromas, necesarios a las morenas en tan cálidos países. Viome y la vi; pero como no había por qué decirnos nada, yo me senté tras el mostrador a hojear un libro ilustrado, y los dos Corugedos fueron llevando cajas y compartimentos de sus escaparates para que escogiera lo que a buscar venía. Las señoras no se apean allí de sus carruajes para entrar en las tiendas a hacer sus compras. Pidió, buscó, revolvió, desdeñó, apartó, desechó y regateó muchos objetos; y dejando marcados los por ella elegidos, partió sin dar su tarjeta, ni las señas de su casa; era sin duda parroquiana o conocida de los comerciantes, y curioso yo de saber quién fuese, pedíle de ella noticias a Corugedo.
No sé más, me respondió éste, que lo que se dice: es hija única de un cubano que heredó un cafetal a medias con una hermana, y hoyes una buena finca que posee sólo por fallecimiento de su coheredera. La finca dicen que produce de 60 a 70.000 pesos, Y ha vivido en ella y a su cuidado hasta hace dos años, que se estableció con su hija en la ciudad en casa que compró. Se cree que tiene una suma fuerte, impuesta en un Banco de Inglaterra o de los Estados Unidos, fruto de los ahorros de diez años, suyos y de su difunta hermana, que fue siempre avara y murió doncella. Ésta tuvo mucha predilección por un hijo de un primo que se pasó la vida conspirando contra el gobierno y que murió emigrado en Nueva York; y parece que la tía quería casar a este primo
segundo con esta muchacha, para que toda la hacienda quedara en los dos chicos, que son los últimos individuos de la familia. Hasta hace año y medio todo marchaba por este rumbo; pero el padre, que desde que se vio sólidamente
acaudalado, echó ambición y vanidad sin saber en qué fundarlas, ha pensado en un matrimonio de esta muchacha que sea más ventajoso para él, satisfaciendo las aspiraciones de su orgullo, y su fortuna se lo ha deparado. Un joven de la nobleza de España, cuyo padre tiene grande influencia en palacio, vino a Cuba con una comisión secreta e importante para el capitán general, y a recoger al propio tiempo un puñado de miles de duros que le dejaba aquí un togado, que murió viudo después de veintidós años de permanencia en la isla. El joven de Madrid, que desde chico anduvo en la carrera diplomática, se enamoró de esta criolla; procuró al padre no sé qué cruces y bandas de España, de Roma y de Nápoles, y el mes pasado se volvió a Madrid para arreglar sus papeles, y tornar el que viene a casarse en el de mayo. Al padre le atribuyen los chungones la pretensión de convertir el cafetal en condado y titular; pero no es probable ni que él se desvanezca tanto, ni que tanto pueda en Madrid el novio; que por otra parte, pasa por el más cumplido caballero que ha pasado el mar. Esto es todo lo que se dice, y tal como se dice se lo digo a usted, sin salir garante de nada. El padre y la hija andan, como los ve usted en el teatro, muy fachendosos; aquí, en mi casa, compran continuamente; pero la chica regatea siempre; ha sacado, por lo visto, algo de la tía doncella; por cinco onzas ha rehusado el brillante del Brasil; y la verdad es que no he querido rebajarla una de sesenta y cinco que la pedí, porque he visto que a usted le gusta, y prefiero que usted lo lleve a México; le servirá para hacer un buen regalo. Calló Corugedo, y ofrecióme el estuchito de nácar.
-Es muy caro para mí -le dije.
-No tiene usted que desembolsar una peseta; yo comercio en todo; págueme usted en libros, y aún ganaré.
Velis nolis, me hizo un pedido de libros, disparejo del valor de su joya, y me metió el anillo en el bolso. Yo soy tan tonto como otro cualquiera, y al día siguiente, domingo, llevé el brillante en el dedo al teatro. Al fijar mis gemelos en la hermosa criolla, las facetas de la piedra descompusieron la luz de la araña, bajo la cual te nía yo mi asiento, y pintaron nueve chispas de luz en el espejo que había en su palco; tomó ella sus gemelos, y reconoció el anillo; frunció el entrecejo, y mi vanidad pueril me atrajo sin duda una mujeril enemistad.

Parece que a José Fernández-Corugedo no le fue mal en La Habana. En 1859 todavía, sin duda, se encontraba allí, porque José Zorrilla le manda una carta agradeciéndole sus atenciones, fechada en Méjico el 30 de abril de 1859,

Mis buenos amigos: llegué a esta capital el 21. Después de 30 días de viaje no pude desembarcar en Veracruz y tuve que tomar tierra en Medellín y alcanzando más adelante la retaguardia del ejército sitiador de Miramón que se retiraba, subí con este general hasta Mégico, en donde estoy sin novedad a su disposición. Si de algo puedo servirles aquí no tienen más que mandarme por medio de los Sres. Martínez y compañía de esta; tomándose la molestia de poner dos sobres a sus cartas, para que no llame mi nombre la curiosidad en el correo y me sean abiertas, por tirios o por troyanos.
Con esta ocasión sabrán ustedes que soy su más attª amigo, que agradeciendo los favores que me han dispensado en esa, estoy pronto a servirles en esta como mejor sepa y pueda, hasta que vuelva en diciembre a darles un abrazo muy apretado y a revolverles su almacén con mi secretario de quien recibirán ustedes mis afectos, con los de su Servidor que les quiera xxxxx.
José Zorrilla




José, pues, poseía la famosa tienda de la Calle de la Muralla, la calle más comercial de La Habana, en pleno centro histórico de La Habana Vieja. Dicha tienda se denominaba Corugedo Hermanos. había regresado a España, y había cedido la tienda a su hermano menor, cuyo nombre parece que era Manuel, alrededor de 1860. Entre 1872 y 1875, la tienda tiene la denominación de Corugedo y García. En 1875 cambia de denominación, por la de García Corugedo Hermanos.
Regresa a España alrededor de 1860 con más de cuarenta años, y se va a casar con Basilisa Alonso de San Julián, natural de Muros de Pravia, que apenas tiene diecinueve. Es ya un indiano muy acomodado, que según las historias familiares se construye una casa en Riberas, cuya fecha de construcción es de 1861.  Unos años más tarde hace levantar, a su costa, una fuente que regala al pueblo y que está fechada en 1865. Tiene a su primer hijo, Ángel, en ese año de 1867. Adquiere un patache de 85 toneladas llamado Angel 3º. Y tenemos notas como la que sigue, donde se indica que disponía en el Banco de Oviedo de los mayores depósitos de valores y en 1871, tenía 504.000 pesetas. Esta cantidad equivale a más de 3 millones de euros actuales depositados en el banco.

Estudios migratorios latinoamericanos: Números 13-16. Argentina 1989.
Hemos investigado en los libros del Banco de Oviedo para los años 1865 a 1 871, y en ellos hemos comprobado que los mayores depósitos de valores corresponden a conocidos americanos como José Fernández Corugedo, Blas Costales…

Las remesas de los emigrantes españoles en América, siglos XIX y XX
 José Ramón García López - 1992 - 211 páginas - Vista de fragmentos
... Manuel Illas ----- 160 160 Fernández Corugedo, José Riberas - 275 476 504 504 504 504 Fernández Espinosa, Celestino Naveces — — — — 440 440 166 Fernández Trapa, Esteban S. Barco 170 226 251 327 251 277 251 Fernández Trapa, ...

 Propietarios, comerciantes e industriales: burguesía y desarrollo ...
 Francisco Erice Sebares - 1995 - 668 páginas - Vista de fragmentos
Había casos tan notables como el del indiano Manuel González Longoria, que en 1871 poseía 643.000 pesetas; o el también indiano José Fernández Corugedo. con 504.000 pesetas el mismo año. Hay que tener en cuenta, como señala García López ...


Pero José, no permanece en España el resto de sus días. Aparece al menos dos veces en listas de pasajeros de barcos. Una primera en el barco Ciudad Condal de la Compañía Trasatlántica en el trayecto La Habana a Veracruz de fecha 10 de mayo de 1866. Y un viaje posterior en el vapor Méndez Nuñez, en el trayecto La Habana a Cadiz en fecha de 2 de mayo de 1871.
Muere en Riberas el 21 de julio de 1893.

5 comentarios:

  1. Me ha encantado toda la información que das en esta entrada. Estás hablando de mi tío tatarabuelo. Muchísimas gracias, y un abrazo

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  2. Me alegro mucho de que te haya interesado. Entiendo, por lo que comentas, que desciendes de un hermano de José Fernández-Corugedo. Me gustaría contactar contigo para compartir información. Un saludo.

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    1. Desciendo de su hermana Nicolasa, es mi tatarabuela. Encantada de que contactemos. Dame tu correo electrónico, si te parece, y te escribo. Un saludo

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    2. Te paso mi correo:
      florenteeARROBAgmail.com

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