martes, 17 de mayo de 2011

José Fernández-Corugedo Menes

Nace en Riberas de Pravia en 1821. Hombre de letras, aunque no haya escrito para el público, dice su hijo Emilio. "Mi padre fue a Cuba a los catorce años, y, hombre (cuando llegó a serlo) de espíritu más elevado y fino de lo corriente en aquellos rapazos que en La Eusebia y La Julia cruzaban el mar en busca de plata, no sólo se dedicó a hacer dinero, sino también a procurarse una cultura verdaderamente excepcional en aquellos tiempos. En los Recuerdos del Tiempo Viejo, de Zorrilla, hay una biografía de mi padre. El Juramento de la Mulata se titula el episodio en que el sublime bohemio dedica a mí padre frases encomiásticas."
 Efectivamente en ese relato, en el Capítulo IV, se describe a José Fernández-Corugedo de la siguiente forma.

Tenía en la calle de la Muralla una tienda, variada y ricamente surtida de esos objetos múltiples que constituyen lo que, traducido bárbaramente del francés, ha dado en llamarse bisutería, un tal Corugedo, cuya tienda estaba bautizada con un título algo extravagante, y que aquél giraba bajo la razón social de Corugedo hermanos. Uno menor tenía consigo a quien paternalmente aleccionaba para dejarle su floreciente comercio, antes de volver a establecerse y morir en la provincia de España, en la cual habían ambos hermanos visto la luz, creo que en las Asturias. y este Corugedo, el mayor, es uno de los hombres a quienes Dios me ha hecho encontrar sobre la tierra para enseñarme a estimar a la humanidad, a respetar la honradez y a despreciar mi miserable ingenio, que no ha sabido más que meter ruido sin utilidad de nadie, empezando por mí. Recorriendo una tarde la ciudad con un corredor español que me la enseñaba, díjome éste que había por allí un comerciante que no se atrevía, aunque tenía gran deseo de ello, a invitarme a su mesa, porque temía que yo no aceptara su invitación, descendiendo desde el Olimpo de los palacios y salones de los personajes por quienes andaba yo festejado, a su humilde trastienda, como él llamaba a la vivienda que tras de su mostrador tenía escondida.

Cuál fue mi asombro al encontrarme en su interior una biblioteca de miles de volúmenes, adornadas sus paredes con los retratos de Ercilla, Quevedo, Lope, Calderón y todos los que forman la colección grabada que publicó la Academia Española, más los del duque de Rivas, Hartzenbusch, García Gutiérrez, Espronceda, conde de Toreno, etc., recogidos de las ilustraciones modernas. Tenía allí el buen Corugedo ánforas, armas y antigüedades por él recogidas, y tras de aquel salón-biblioteca dos cámaras de dormir, frescas, enfloradas, coquetas, con todo el confort inglés de las modernas instalaciones.
Pero lo que más me asombró de hallar, entre aquel interior del hombre estudioso e inteligente y aquel mostrador y anaquelería de mercader, cargados de chinescas e inglesas porcelanas y argentería y diamantes, fue la sencilla modestia de aquel asturiano, de exterior vulgar, que me contaba, complaciéndose en tales recuerdos, cómo había desembarcado en La Habana, sin más que lo puesto; cómo había dormido la primera noche en el pórtico de una iglesia, por no haber encontrado a un paisano para quien traía una carta de recomendación, y cómo, arrostrando trabajos y devorando afanes, cuarto a cuarto, peseta a peseta y duro a duro, a fuerza de aceptar arriesgadamente y cumplir casi por milagro plazos y compromisos, había cimentado el capital y el crédito que aquel almacén y su razón social representaban.
El orden y la limpieza con que tenía colocados y clasificados todos los heterogéneos artículos de que su comercio se nutría demostraban, como su biblioteca, comprada libro a libro, todo sin un átomo de polvo ni una empañadura de humedad, la honradez jamás desmentida y la tenacidad perpetua, con las cuales aquel hombre había logrado hacer al par, por sí solo, su fortuna y su educación; porque aquel hombre había leído y sabía lo que decían todos aquellos libros suyos: el padre Feijóo, el padre Mariana, César Cantú, etc., y todos los setenta tomos de los clásicos de todos los países, publicados hasta entonces, de la colección Bandry, en donde halló y se enamoró de mis versos, por los cuales me tenía por uno de los primeros hombres del mundo. Jamás pude convencerle de que él valía más que yo, puesto que más que yo poseía, y que mi gloria no era más que un zumbido tenue, como el del mosquito, y un resplandor efímero, como el del relámpago.
Jamás pude obligarle a suprimir el respeto y las deferencias con que me trataba, ni pude jamás manifestar ante él un deseo o una necesidad que no me realizara o no me cubriera.

Hablé de sustituir con cerveza el agua de la isla, que no me sentaba, y me envió un tonel de doscientas botellas de la mejor de Inglaterra: oyó decir que no cazaba en el cafetal porque no tenía armas, y me envió una finísima escopeta belga con todos los arreos de caza, y por él y en su casa nació la ojeriza con que me miraba con sus gemelos la hermosa criolla del teatro de Tacón.

Trabé yo, pues, con Corugedo una amistad sincera y por mí agradecida, aunque poco cultivada por la ausencia de la ciudad, a que me obligaba y en que me tenían mi asiduo trabajo y mis íntimas pesadumbres; pero no dejaba de pasar media hora en su tienda, o de almorzar con él en su almacén, siempre que del campo volvía a la ciudad. Gozábame en registrar sus escaparates, en admirar los caprichosos dijes y valiosas joyas que en ellos encerraba y en preguntarle su uso, su precio, su origen y su historia. Un día
tropecé con un estuchito de nácar que encerraba un anillo:
-¡Precioso topacio! -exclamé al ver dentro el que me lo pareció, orlado de brillantes blancos.
-Mírelo usted bien a la luz, que no es topacio -me dijo Corugedo.
Era un brillante rojo brasileño. Son raros, y recordé que eran muy estimados en México, y que había una persona de familia a quien debía yo favores que de uno de ellos tenía antojo; pregunté a Corugedo el precio del suyo; registró su Libro, y respondió:
-Factura del Brasil, cincuenta onzas.
Contemplé y admiré, y alabé la piedra, pero volví a colocar el anillo en su estuche y la cajita en el lugar en que la había hallado. Días más tarde, un sábado, iba yo a despedirme del buen asturiano después de haber almorzado con él, cuando una volanta, chapeada de plata, tirada por dos caballos castaños, conducidos por un negro vestido de grana y galoneado de oro, paró a la puerta. En la volanta venía la hermosa criolla del teatro de Tacón, toda de blanco, calzada con chapines de seda, como en deshabillé de mañana, pero toda cubierta de encajes, y exhalando aromas, necesarios a las morenas en tan cálidos países. Viome y la vi; pero como no había por qué decirnos nada, yo me senté tras el mostrador a hojear un libro ilustrado, y los dos Corugedos fueron llevando cajas y compartimentos de sus escaparates para que escogiera lo que a buscar venía. Las señoras no se apean allí de sus carruajes para entrar en las tiendas a hacer sus compras. Pidió, buscó, revolvió, desdeñó, apartó, desechó y regateó muchos objetos; y dejando marcados los por ella elegidos, partió sin dar su tarjeta, ni las señas de su casa; era sin duda parroquiana o conocida de los comerciantes, y curioso yo de saber quién fuese, pedíle de ella noticias a Corugedo.
No sé más, me respondió éste, que lo que se dice: es hija única de un cubano que heredó un cafetal a medias con una hermana, y hoyes una buena finca que posee sólo por fallecimiento de su coheredera. La finca dicen que produce de 60 a 70.000 pesos, Y ha vivido en ella y a su cuidado hasta hace dos años, que se estableció con su hija en la ciudad en casa que compró. Se cree que tiene una suma fuerte, impuesta en un Banco de Inglaterra o de los Estados Unidos, fruto de los ahorros de diez años, suyos y de su difunta hermana, que fue siempre avara y murió doncella. Ésta tuvo mucha predilección por un hijo de un primo que se pasó la vida conspirando contra el gobierno y que murió emigrado en Nueva York; y parece que la tía quería casar a este primo
segundo con esta muchacha, para que toda la hacienda quedara en los dos chicos, que son los últimos individuos de la familia. Hasta hace año y medio todo marchaba por este rumbo; pero el padre, que desde que se vio sólidamente
acaudalado, echó ambición y vanidad sin saber en qué fundarlas, ha pensado en un matrimonio de esta muchacha que sea más ventajoso para él, satisfaciendo las aspiraciones de su orgullo, y su fortuna se lo ha deparado. Un joven de la nobleza de España, cuyo padre tiene grande influencia en palacio, vino a Cuba con una comisión secreta e importante para el capitán general, y a recoger al propio tiempo un puñado de miles de duros que le dejaba aquí un togado, que murió viudo después de veintidós años de permanencia en la isla. El joven de Madrid, que desde chico anduvo en la carrera diplomática, se enamoró de esta criolla; procuró al padre no sé qué cruces y bandas de España, de Roma y de Nápoles, y el mes pasado se volvió a Madrid para arreglar sus papeles, y tornar el que viene a casarse en el de mayo. Al padre le atribuyen los chungones la pretensión de convertir el cafetal en condado y titular; pero no es probable ni que él se desvanezca tanto, ni que tanto pueda en Madrid el novio; que por otra parte, pasa por el más cumplido caballero que ha pasado el mar. Esto es todo lo que se dice, y tal como se dice se lo digo a usted, sin salir garante de nada. El padre y la hija andan, como los ve usted en el teatro, muy fachendosos; aquí, en mi casa, compran continuamente; pero la chica regatea siempre; ha sacado, por lo visto, algo de la tía doncella; por cinco onzas ha rehusado el brillante del Brasil; y la verdad es que no he querido rebajarla una de sesenta y cinco que la pedí, porque he visto que a usted le gusta, y prefiero que usted lo lleve a México; le servirá para hacer un buen regalo. Calló Corugedo, y ofrecióme el estuchito de nácar.
-Es muy caro para mí -le dije.
-No tiene usted que desembolsar una peseta; yo comercio en todo; págueme usted en libros, y aún ganaré.
Velis nolis, me hizo un pedido de libros, disparejo del valor de su joya, y me metió el anillo en el bolso. Yo soy tan tonto como otro cualquiera, y al día siguiente, domingo, llevé el brillante en el dedo al teatro. Al fijar mis gemelos en la hermosa criolla, las facetas de la piedra descompusieron la luz de la araña, bajo la cual te nía yo mi asiento, y pintaron nueve chispas de luz en el espejo que había en su palco; tomó ella sus gemelos, y reconoció el anillo; frunció el entrecejo, y mi vanidad pueril me atrajo sin duda una mujeril enemistad.

Parece que a José Fernández-Corugedo no le fue mal en La Habana. En 1859 todavía, sin duda, se encontraba allí, porque José Zorrilla le manda una carta agradeciéndole sus atenciones, fechada en Méjico el 30 de abril de 1859,

Mis buenos amigos: llegué a esta capital el 21. Después de 30 días de viaje no pude desembarcar en Veracruz y tuve que tomar tierra en Medellín y alcanzando más adelante la retaguardia del ejército sitiador de Miramón que se retiraba, subí con este general hasta Mégico, en donde estoy sin novedad a su disposición. Si de algo puedo servirles aquí no tienen más que mandarme por medio de los Sres. Martínez y compañía de esta; tomándose la molestia de poner dos sobres a sus cartas, para que no llame mi nombre la curiosidad en el correo y me sean abiertas, por tirios o por troyanos.
Con esta ocasión sabrán ustedes que soy su más attª amigo, que agradeciendo los favores que me han dispensado en esa, estoy pronto a servirles en esta como mejor sepa y pueda, hasta que vuelva en diciembre a darles un abrazo muy apretado y a revolverles su almacén con mi secretario de quien recibirán ustedes mis afectos, con los de su Servidor que les quiera xxxxx.
José Zorrilla




José, pues, poseía la famosa tienda de la Calle de la Muralla, la calle más comercial de La Habana, en pleno centro histórico de La Habana Vieja. Dicha tienda se denominaba Corugedo Hermanos. había regresado a España, y había cedido la tienda a su hermano menor, cuyo nombre parece que era Manuel, alrededor de 1860. Entre 1872 y 1875, la tienda tiene la denominación de Corugedo y García. En 1875 cambia de denominación, por la de García Corugedo Hermanos.
Regresa a España alrededor de 1860 con más de cuarenta años, y se va a casar con Basilisa Alonso de San Julián, natural de Muros de Pravia, que apenas tiene diecinueve. Es ya un indiano muy acomodado, que según las historias familiares se construye una casa en Riberas, cuya fecha de construcción es de 1861.  Unos años más tarde hace levantar, a su costa, una fuente que regala al pueblo y que está fechada en 1865. Tiene a su primer hijo, Ángel, en ese año de 1867. Adquiere un patache de 85 toneladas llamado Angel 3º. Y tenemos notas como la que sigue, donde se indica que disponía en el Banco de Oviedo de los mayores depósitos de valores y en 1871, tenía 504.000 pesetas. Esta cantidad equivale a más de 3 millones de euros actuales depositados en el banco.

Estudios migratorios latinoamericanos: Números 13-16. Argentina 1989.
Hemos investigado en los libros del Banco de Oviedo para los años 1865 a 1 871, y en ellos hemos comprobado que los mayores depósitos de valores corresponden a conocidos americanos como José Fernández Corugedo, Blas Costales…

Las remesas de los emigrantes españoles en América, siglos XIX y XX
 José Ramón García López - 1992 - 211 páginas - Vista de fragmentos
... Manuel Illas ----- 160 160 Fernández Corugedo, José Riberas - 275 476 504 504 504 504 Fernández Espinosa, Celestino Naveces — — — — 440 440 166 Fernández Trapa, Esteban S. Barco 170 226 251 327 251 277 251 Fernández Trapa, ...

 Propietarios, comerciantes e industriales: burguesía y desarrollo ...
 Francisco Erice Sebares - 1995 - 668 páginas - Vista de fragmentos
Había casos tan notables como el del indiano Manuel González Longoria, que en 1871 poseía 643.000 pesetas; o el también indiano José Fernández Corugedo. con 504.000 pesetas el mismo año. Hay que tener en cuenta, como señala García López ...


Pero José, no permanece en España el resto de sus días. Aparece al menos dos veces en listas de pasajeros de barcos. Una primera en el barco Ciudad Condal de la Compañía Trasatlántica en el trayecto La Habana a Veracruz de fecha 10 de mayo de 1866. Y un viaje posterior en el vapor Méndez Nuñez, en el trayecto La Habana a Cadiz en fecha de 2 de mayo de 1871.
Muere en Riberas el 21 de julio de 1893.

Ángel Fernández-Corugedo Menéndez

Nace en Riberas de Pravia en 1798. Casado con Bárbara Menes, es el padre de José Fernández-Corugedo Menes, nuestro tatarabuelo. Nada conocemos de su vida, salvo que aparece reflejado en el padrón del Antiguo Concejo de Pravia de 1801, como residente en Monterrey, barrio de Riberas de Pravia. En ese Padrón se le declara como hidalgo, junto a tres de sus hermanos varones: José, Nicolás y Manuel. En los padrones solo se reflejaban los varones, por lo que es posible que también hubiera hermanas. Aparece en dicho padrón también el padre de todos ellos, José Fernández-Corugedo Fernández nacido en Riberas de Pravia en 1765, cuyo nieto llevaría posteriormente el mismo nombre según la tradición habitual, y un tío, hermano de su padre llamado Ángel Fernández-Corugedo Fernández.

Según los datos de que disponemos este hombre murió en 1888, con 90 años, lo que nos parece extraordinariamente longevo. Así que en principio, puede que la fecha de fallecimiento no sea correcta. La fecha de nacimiento si puede ser correcta puesto que aparece en el Padrón de 1801.

¿Y qué sabemos de Bárbara Menes? Pues menos aún. Sabemos que es natural del pueblo de Allence, también del Concejo de Pravia, y que su familia también aparece en el Padrón como hidalgos. Nace en 1796 y fallece en Riberas de Pravia el 16 de febrero de 1872.

Creemos por los datos de que disponemos, que al menos tuvo tres hijos, que serían José, Manuel y Nicolasa Fernández-Corugedo Menes.

Por lo tanto, y sin remontarnos más atrás, ya tenemos varias ramas diferentes a la nuestra que pueden llevar el apellido Fernández-Corugedo.
- En primer lugar los descendientes de José Fernández-Corugedo Fernández,  de uno de cuyos hijos descendemos nosotros, pero de los que desconocemos la descendencia de los otros tres hijos varones y de las posibles hermanas que pudieran tener.
- En segundo lugar los descendientes de Ángel Fernández-Corugedo Fernández.
- Y por último los descendientes del hermano de José Fernández-Corugedo Menes, Manuel, que aparece como hermano menor de éste en la novela de José Zorrilla, aunque sin darle nombre, y que según el relato, se va a quedar con el negocio de Corugedo Hermanos en La Habana, cuando José regrese (como hizo) a España.


La Tienda de la Calle de la Muralla

José Fernández-Corugedo Menes, poseía en 1859 la famosa tienda conocida como Corugedo Hermanos, de la Calle de la Muralla, la calle más comercial de La Habana, en pleno centro histórico de La Habana Vieja. Cuando regresó a España, alrededor de 1860, dejó la tienda a su hermano, nombrado también en El Juramento de la Mulata.

Tenemos datos que nos indican, que al menos, entre 1872 y 1875, la tienda tiene la denominación de Corugedo y García. Parece ser que cuando el hermano de José, se queda solo, se asocia con un empleado suyo, probablemente un sobrino, apellidado García.

Por último, ya en 1875 cambia nuevamente de denominación social, por la de García Corugedo Hermanos. Pues bien, sabemos que en 1899 sigue existiendo este comercio, y que se sigue dedicando a joyería y quincallería, la misma actividad que describe Zorrilla en 1859. El propietario de ese comercio en esas fechas era Luis García Corugedo, un asturiano nacido en Riberas de Pravia, que sería alcalde de La Habana, y uno de los acusados del hundimiento del Maine. La coincidencia del apellido, del lugar de nacimiento y la paulatina modificación del nombre comercial de la tienda nos hace sospechar que existía un parentesco con los hermanos Corugedo.

José Rodríguez Maribona

Los hermanos José y Francisco Rodríguez Maribona emigraron a Cuba ya que tenían familiares emigrados allí con anterioridad. Se dedicaron al negocio de la banca, teniendo también fuertes intereses en la importación de textiles, en concreto José junto con su sobrino Servando Ovies Rodríguez tuvo “El Palacio de Cristal” que de ser una modesta fábrica vendedora de telas importadas de Europa se convirtió en una sólida empresa de ropas, con una alta calidad en la confección de sábanas, pitusas y guayaberas. También se dedicó a la política siendo alcalde de Cardenas de 1.884 a 1.885. A su regreso a Avilés invirtió parte de su capital en industrias tales como La Azucarera, la Harinera Ceres y La Curtidora. El caso de la familia Maribona es muy peculiar ya que los indianos, por lo general, no participaban en negocios industriales. La azucarera de Villalegre fue uno de los complejos fabriles azucareros más pujantes de las últimas décadas del siglo XIX y de los primeros años del siglo XX, pero la fábrica tuvo una corta vida debido a los vaivenes del mercado interior español de la época. La Curtidora que tras su adquisición por los hermanos fue ampliada y modernizada pasó a llamarse Fábrica de Curtidos Maribona, pero durante la Guerra Civil fue expropiada. D. José también fue cofundador de la Banca Maribona.

El Chalet del Puente o Casa Maribona. está situado en la calle Santa Apolonia del barrio avilesino de Villalegre. Fue construido para José Rodríguez Maribona por el maestro de obras Arturo Fernández Cueto. De estilo pintoresquista destacaban su bella pasarela de fundición que conectaba la planta noble de la casa con la calle salvando el desnivel existente entre ambas, así como sus aleros con filigranas similares a puntillas. Esta casa guarda muchas semejanzas con el chalet La Perla de su hermano Francisco.
En Villalegre adquirió varias fincas y propiedades, pavimentó la calle que va desde la calle del Carmen hasta las vías del tren y que desde finales del siglo XIX lleva su nombre y fue presidente del casino de Villalegre.
Murió en Avilés el 18 de abril de 1918 a los 76 años tras una larga enfermedad dejando tras de si una familia muy numerosa.

Biografía de Fidel Villasuso

Fidel Villasuso Espiñeira. Pionero en el asociacionismo gallego en Cuba
La vida de Fidel Villasuso estuvo vinculada a las pricipales entidades gallegas de La Habana del último tercio del siglo XIX. Fue el prototipo de emigrante notable que, gracias a su éxito económico, consiguió un importante capital simbólico en la colectividad gallega, siendo además un baluarte del poder colonial español en Cuba.
Fidel Villasuso Espiñeira nació en Ortigueira en 1850. Emigró a Cuba tras cursar las principales asignaturas de la carrera mercantil. Su primer destino en la isla fue la ciudad de Cienfuegos, donde terminaría sus estudios mercantiles. Se trasladó a La Habana para encargarse del escritorio de una casa comercial, firma de la que llegaría a ser gerente durante más de dos lustros.

Su participación en el entramado societario gallego de la Habana comienza en 1871. En efecto, el 31 de diciembre de ese año participó en la constitución de la Sociedad de Beneficencia de Naturales de Galicia, la primera de las grandes sociedades fundadas por los gallegos en América. En 1886 fue elegido como consiliario de la Beneficencia Gallega, perteneciendo también a la comisión para arbitrar recursos de esta entidad.
Mientras, fue en el Centro Gallego donde la luz de Fidel Villasuso brilló con intensidad. Formaba parte de la directiva de esta entidad desde septiembre de 1886, época en la que desempeñaba el cargo de vocal. Fue elegido como presidente del Centro Gallego para el período social de 1887-1889, llevando a cabo una intensa actividad. Durante su mandato la entidad, en febrero de 1888, acordó adquirir en propiedad la primera sede que tuvo el Centro Gallego en La Habana, situada en Prado y Dragones. Bajo la iniciativa de nuestro protagonista también se llevaron a cabo importantes reformas en esta sede social, teniendo que recurrir la subscripción entre los socios para financiar las obras. Bajo su dirección se llevó a cabo una recolecta a favor de los campesinos de Ourense y Lugo afectados por un fuerte temporal. Fue durante su administración cuando se aprobaron los reglamentos general y sanitario del Centro Gallego. En el ámbito cultural los logros también fueron destacados. En esta época la institución presidida por Fidel Villasuso financió la edición del tercer tomo de la "Historia de Galicia" de Manuel Murguía. El Centro Gallego fue iniciador entre la emigración de una subscripción para levantar una estatua a Nicomedes Pastor Díaz en Viveiro; se respondía, de esta manera, a las llamadas realizadas desde esta villa de la Mariña. Sólo en el Centro Gallego se recaudaron 200 pesos, estando al frente del listado de donantes su presidente. En 1890 y 1892 Fidel Villauso volvió a ser elegido como presidente del Centro Gallego, aunque en las dos ocasiones se negó a aceptar el cargo. En 1891 fue elegido como presidente de honor de la institución.

La actividad societaria de Fidel Villasuso no se limitaría a las dos principales entidades gallegas de La Habana, sino que abarcaría también otras sociedades. Así, fue miembro del orfeón "Ecos de Galicia", siendo presidente de honor de la sección de Filarmonía de esta entidad. También fue figura relevante de la sociedad "Aires d´a miña Terra", institución de la que fue vocal de la junta directiva en los años 1895 y 1896. Esta última sociedad nació en 1886 como una escisión del Centro Gallego. Por otra parte, también fue presidente del Casino Español de La Habana.

El vínculo de Fidel Villasuso con el poder colonial español fue destacado. Perteneció a la Corporación Municipal de La Habana. Fue miembro destacado del Partido Unión Constitucional, fuerza política que representaba a los grandes propietarios y comerciantes de Cuba partidarios de mantener un fornido centralismo; se oponían al Partido Liberal Autonomista y al Partido Revolucionario Cubano (independendista). En este mismo senso, al igual que la mayoría de los comerciantes y empleados españoles de La Habana, Villasuso se alistó en el Cuerpo de Voluntarios, entidad paramilitar valedora del poder español en Cuba.

Fidel Villasuso realizó varias visitas a su tierra natal. Así, el 20 de junio de 1890 embarcó en el vapor Alfonso XIII para pasar una temporada en Galicia. Fue un destacado benefactor de su ayuntamiento natal. A modo de ejemplo podemos apuntar que en 1895 terminaban las obras de rehabilitación de la iglesia de Ortigueira realizadas por su cuenta.

Casado con Felicia Ferrán, su esposa falleció en marzo de 1890. Casó en segundas nupcias con Dolores García.

La implicación de Villasuso Espiñeira con los que defendían el poder colonial español supuso, una vez independizada Cuba, su regreso a su tierra natal. Ahora bien, su vuelta a Galicia no significó su desaparición de la vida pública. En efecto, el 16 de abril de 1899 ganó el acta de diputado por el distrito de Ferrol-Ortigueira, Villasuso fue elegido como candidato gubernamental partidario del jefe de gobierno, en aquel momento Francisco Silvela. Mientras, el 12 de junio de 1899 la comisión de actas del Congreso de los Diputados decidió impugnar su elección y proclamar en su substitución a Juan Fernández Latorre, director de "La Voz de Galicia".

Asentado en Madrid, en febrero de 1900 fue elegido como presidente del Centro Gallego de Madrid. Falleció en la capital de España en 1909.

Memorias del Teniente General Marqués de Polavieja. Nombramiento de García Corujedo como Alcalde de La Habana

Sirvió el incidente Quesada al Conde para empeñar la batalla. El Alcalde de la Habana acababa de presentar la dimisión de su cargo, y tratándose
de un Ayuntamiento conservador, era natural, como lo hice, que remitiera su designación al Presidente del partido. Este indicó al Sr. Quesada, pero sin deferir á su indicación, en la propuesta del Municipio, hecha según la ley, venía el primero de la terna el Sr. García Corujedo.
El mismo día se me presentó el Conde de Galarza, sosteniendo su designación anterior y exigiéndome que nombrase á Quesada sin poner atención en la terna, en la que no figuraba dicho señor. Yo tenía esas facultades, pero no quería hacer uso de ellas, sino en ocasiones en que el bandolerismo ó la conservación del orden me lo imponía porque siempre me pareció más prudente respetar la voluntad de los Municipios. Aun refiriéndose a Alcaldes autonomistas, he respetado la propuesta de los Ayuntamientos, y tratándose de la capital de la Isla y del partido conservador, y sin poder aducir razón alguna para justificar el desaire a la digna personalidad que ocupaba el número uno, menos podía infringir mis antiguas prácticas. Le propuse un arreglo, con el cual quedaban á salvo la ley, mi autoridad y sus deseos. Reducíase á nombrar Alcalde á Corujedo, puesto que ocupaba lugar preferente en la terna, y á ofrecer que yo mismo le rogaría hiciese su renuncia, estando así en condiciones de proceder á nueva propuesta, en la cual procurara figurase debidamente Quesada, que sería entonces nombrado. Desechando el arreglo, comprendía yo que sus propósitos no eran tanto el logro del nombramiento como el alarde de omnipotencia con el Gobernador general, imposible de consentir en un país donde ha existido el precedente fatal del suceso del General Dulce, y menos estando la Autoridad representada por mí. Bien se concebía que no me era posible acceder á tales exigencias. Di cuenta al Gobierno participándole los antecedentes de la cuestión, "añadía: que no queriendo constituir un obstáculo por la parte que pudiera creerse tomara mi amor propio no pudiendo tampoco aceptar la imposición que pretendía el Conde, si el Gobierno entendía preciso el nombramiento de Quesada, persona dignísima, lo haría, quedando presentada mi dimisión, para embarcarme cumplidos sus mandatos. Como era lógico creer, el Gobierno aprobó mi conducta, y nombré á D. Luis García Corujedo Alcalde de la Habana, quedando desairada la obstinación del Conde de Galarza.
Infiero que el Conde se apercibió fácilmente de la impopularidad con que se acogieron sus intentos, de modo que el incidente Quesada fue tan solo
el pretexto que acogió para terminar su campaña. Después del fracaso reunió la Directiva disuelta por él, y ante ella presentó la renuncia de su puesto, saliendo luego de la Isla. Así terminó el golpe de Estado que intentó dar á su partido y á mi autoridad el Conde de Galarza.

Historia del hundimiento del Maine

Desde lo alto de la farola del Morro de La Habana se dio aviso al Capitán del Puerto, que en el horizonte se veía un buque que se aproximaba al puerto. Una lenta columna de humo avanzaba a la par al buque; eran sus chimeneas que dejaban salir el humo de sus calderas; navegaba a toda velocidad. El práctico del Puerto, Julián García López subió a bordo del acorazado “Maine”, el capitán Sigsbee, le preguntó si se esperaba su llegada, López le replicó “nada se sabía”. Fue llevado a la boya número cuatro, quedando fondeado a ella. Era el 25 de enero de 1898. Cerca fondeado en la boya tres el vapor español “Alfonso XII”, y en la boya dos, el “Legazpi”.
 
El 12 de enero estalló un motín en La Habana. El cónsul americano Lee, creyó oportuno cablegrafiar a Washington solicitando el envió de un buque de guerra para proteger las vidas y propiedades de norteamericanos. La justificación de enviar al “Maine”, era que el gobierno de España había perdido la capacidad de proteger las vidas y propiedades de los americanos, y de cumplir con las obligaciones y tratados con el gobierno de Estados Unidos. Pero se sabía del gran interés del gobierno y de las grandes compañías de apoderarse de “La Perla del Caribe”. Ya “la fruta estaba madura”.

La guerra entre españoles y cubanos, en la que estos últimos llevaban la ventaja, él ejército español había perdido todas las ventajas; la desmoralización y la muerte los perseguía; mientras que a las fuerzas cubanas, las victorias les eran continuas. España había perdido a su  “Perla del Caribe”. Los responsables de los motines en la capital, fueron los Voluntarios, incapaces  y cobardes, que sólo atacaban a los vecinos de la capital, pero no tenían el valor de ir a pelear a la manigua.
  Al llegar el “Maine” vinieron días de calma, pero siempre en estado de alerta, por temor a un sabotaje por la parte española. El 15 de febrero de 1898, la bahía se encontraba tranquila. Buques de diferentes nacionalidades estaban amarrados a los muelles; los pequeños botes que iban a Regla y Casa Blanca con pasajeros. Todo se encontraba en calma. A las nueve y cuarenta y siete, se vio una llamarada de fuego y una fuerte explosión de la proa del “Maine”, una columna de humo se elevo al cielo, al despejarse sólo dejaba ver parte del casco del acorazado. 266 marineros y oficiales  muertos. Dos marineros españoles fueron muertos también tratando de rescatar a los sobrevivientes. La alta oficialidad se encontraba en una fiesta en la ciudad de La Habana.

Cerca del “Maine” se encontraba el barco “Ciudad de Washington” que no sufrió daño. Comienzan los ataques contra España en Estados Unidos, los periódicos que más los atacan son  el  “Herald” y “Word”, con mentiras, acusando a España. En el momento de la explosión se encontraban en la ciudad el financiero Rothschild y el banquero Wertheim que habían llegado en un supuesto viaje de negocio, ellos estaban en un hotel cercano en la ciudad.

Estados Unidos nombró una Comisión Naval formada por miembros de la Armada. Al saberse los resultados de la investigación, que era negativa a España, los ánimos y pasiones se excitaron. El 11 de abril de 1898 el presidente Mckinley se dirige al Congreso. El 13 abril las comisiones de la Cámara y del Senado, determinan  que Cuba tenía el derecho de ser libre e independiente. El 20 de abril el presidente obtiene privilegios especiales. La guerra era una realidad. España tendría que recordar que el 15 de febrero de 1898, se hundía a la vez el imperio colonial de España en América Hispana.

Ahora veamos, a los españoles no se les permite realizar una investigación, y la que ellos realizaron, fue ignorada. Se dijo de la participación de cubanos e intereses americanos. En una investigación realizada por el abogado y juez de la Armada Adolf Marix, este informó: “que el barco había sido destruido por una mina colocada debajo del barco por el buzo José Barquín apodado “Pepe Taco”. El artefacto había sido llevado a La Habana, en el barco “Bucanero” de Randolph Hearst, dueño del “New York Journal”. El barco llegó al puerto sin permiso el 9 de febrero. Había estado merodeando cerca del “Maine”, tres días después fue multado y expulsado del puerto. Las informaciones conseguidas por Marix, era de un francmasón de nombre Carlos Carbonell. Este le dijo a Marix que a él y Pepe Taco le ofrecieron $6,000, por su ayuda. Pepe Taco fue muerto el día después de la voladura. Otro buzo que participó fue muerto y otro encarcelado. Marix informó que al que estaba en la cárcel le estaban suministrando morfina para asesinarlo. Los arrestos aparecían en los partes oficiales de la villa de Regla. Según aparece en el informe se uso una mina de 110 kilogramos, los perpetradores fueron García Corujedo, un tal Villasuso y Maribona, y empresarios francmasones de la calle de Muralla. Esta información aparece en el: Reporte del Presidente al 55avo Senado acusando a José Barquin del hundimiento del USS Maine. El informe de Marix fue publicado en el: Documento 207 del Mensaje del Presidente Mackinley al 55 Senado Apéndice “F”: “Informe de la Destrucción del USS Maine, 1898.

En el reporte de Marix, el recibe esta información de Henry Drain, que era empleado del consulado de Estados Unidos en La Habana, de un carta anónima que se había recibido, donde se le informaba al General Lee, sobre la explosión del “Maine”, y quienes habían estado envuelto en el sabotaje. Que había sido en la Ferretería “La Marina” donde se habían comprado muchos de los materiales usados. Drain va a visitar la casa de Pepe Taco, que vivía en la calle Rodríguez, en Regla, con mucha miseria, y se había mudado la familia a otra casa en la calle de Gelabert, y que habían recibido $4,000 pesos en adelanto, por el trabajo de Pepe Taco. Drain informa a Marix, que comerciantes francmasones de la calle de Muralla, fueron los que colectaron el dinero.

Años más tarde el almirante retirado H.G.Rickover publica “Cómo fue hundido el acorazado Maine”. Llegando a la conclusión que fue una explosión  interna y no sabotaje. Fue una investigación seria y sin apasionamientos, sus conclusiones fueron: “Se puede afirmar, con probabilidad absoluta de acertar, que el “Maine” fue destruido por accidente ocurrido dentro del buque”…”la destrucción del acorazado y los esfuerzos por determinar la causa del desastre no son sino una nota de pie de página interesante para la Historia”.
La marina de Estados Unidos ya había tenido anteriormente explosiones en los buques:”New York”, “Oregón”, “Philadelphia”, “Boston”, “Cincinatti”, “Atlanta”, y el “Indian”; esto demostraba el defecto que podían tener los buques.

En la prensa alemana salió un artículo donde se decía de un grupo de cubanos francmasones dirigidos por un tal Agüero que pertenecía a la Junta Revolucionaria Cubana de Nueva York, que en combinación con anarquistas italianos, residentes en Estados Unidos,  tuvieron que ver con el asesinato de Cánovas por Angiolillo. Fueron los que ayudaron en el complot del “Maine”.

El 15 de febrero de 1910, en el “Evening Bulletin” de Filadelfia en el 12 aniversario de la explosión, decían que el “Maine” había sido volado por los insurrectos cubanos para implicar a los Estados Unidos.